"LA BÓVEDA CELESTE"
Carmen Resino 



Fecha de publicación: 14 de septiembre de 2009 Número de páginas: 272
ISBN: 978-84-9918-013-7
Novela histórica
Rocaeditorial
Precio: 18 €


Sinopsis:

En 1737, una comisión de ciudadanos ilustres tiene el encargo de trasladar los restos del maestro Galilei al mausoleo que habría de acogerlo. Sin embargo, una vez han abierto la tumba se encuentran con que hay otro cuerpo, uno de una mujer, acompañándolo. ¿Quién será esta misteriosa dama y por qué mereció el honor de permanecer junto a Galilei en su descanso eterno?

Galileo tuvo de su relación con Marina Gamba, dos hijas, Virginia y Livia, que ingresarían en edad temprana en el convento de San Matteo de Arcetri. La mayor, que tomaría el nombre de sor María Celeste, logró una cierta notoriedad y mantuvo con su padre una asidua correspondencia. De la menor, apenas sí se sabe, excepto que sufría frecuentes trastornos nerviosos y que la muerte de su hermana fue fatal para ella. De esta postración, la sacará su amistad con Viviani, el joven ayudante de su padre y su valedor más tarde, quién poco a poco irá descubriendo las ocultas cualidades de esta singular mujer relegada por todos.


Galileo y su hija mayor sor María Celeste (cuyo nombre real era Virginia)

Un Galileo abatido y enfermo, unas cartas que desaparecen misteriosamente, Papas, nobles, artistas y abadesas se conjugarán en esta apasionante novela de Carmen Resino, situada dentro de la deslumbrante Italia del Barroco y la Contrarreforma.

Carmen Resino

En el año en que conmemoramos el 400 aniversario de los descubrimientos del maestro nos llega la historia de Livia Galileo, la hija olvidada del gran astrónomo condenado por la Inquisición.



Breve reseña histórica:

 Nacimiento: 15 de febrero de 1564 Pisa 
 Fallecimiento: 8 de enero de 1642 (77 años) Archetri (Florencia) 
Residencia: Gran Ducado de Toscana (República de Florencia) 
 Nacionalidad: Súbdito del Gran Ducado de Toscana 
 Campo: astronomía, física, matemática. 
 Instituciones: Universidad de Pisa, Universidad de Padua 
Alma máter: Universidad de Pisa 
 Supervisor doctoral: Ostilio Ricci 
 Conocido por: Fundamentar las bases de la mecánica moderna: cinemática, dinámica. observaciones telescópicas astronómicas, heliocentrismo. 


Para obtener más información autobiográfica sobre Galileo: http://es.wikipedia.org/wiki/Galileo_Galilei 


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Las Cartas a Galileo de su hija sor María Celeste (Florencia):
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Son 124 las Cartas de la hija mayor de Galileo dirigidas a su padre, quien las conservó entre sus papeles donde, al morir, fueron encontradas. De las Cartas seleccionamos tres que escribió con ocasión de la condena de su padre. Respecto a esta, no está de más recordar que, 376 años después de su condena y de la prohibición de sus libros y aprovechando los eventos del Año de la Astronomía, el Vaticano celebró el 15 de febrero de 2009 una misa en su honor y, dentro de ese mismo año —Año Internacional de la Astronomía— organizó un congreso internacional sobre Galileo Galilei.


Una primera carta escrita al enterarse de la condena infligida por la Inquisición, que Galileo aceptó en estos términos: “Yo, Galileo Galilei, he abjurado con lo antedicho de mi propio puño”. La sentencia comenzaba así: “Decimos, proclamamos, sentenciamos y declaramos que vos, Galileo, en razón de las cuestiones que ha sido expuestas en el juicio y vos habéis confesado, según el veredicto de este Santo Oficio, sois declarado altamente sospechoso de herejía principalmente por haber sostenido y creído en la doctrina, que es falsa y contraria a las Sagradas Escrituras, de que el Sol es el centro del mundo …”.


1ª. [2-7-1633; p.263/264] “Ilustre y queridísimo padre. Tan súbita e inesperadamente como las noticias de vuestro nuevo tormento llegaron hasta mí, señor, así desgarró mi alma dolorosamente el hecho de conocer la sentencia que finalmente se ha dictado y por la que se os censura a vos tan severamente como a vuestro libro. […]
Mi queridísimo señor padre, ahora es el momento de valeros más que nunca de la prudencia que Dios os ha dado para soportar este golpe con esa fortaleza de espíritu que vuestra religión, vuestra profesión y vuestra edad precisan. Y como vos, en virtud de vuestra vasta experiencia, podéis acallar estas afirmaciones gracias al conocimiento pleno de la falsedad y mudanza de todas las cosas de este desdichado mundo, no debéis dejaros llevar demasiado por la tempestad, sino más bien alimentar la esperanza de que pasé pronto y transforme las preocupaciones en serenidad.
Os digo todo esto al dictado de mis propios deseos y también de lo que parece ser un augurio de indulgencia hacia vos por parte de su santidad, señor, que os ha enviado a prisión a un lugar tan encantador, con lo cual podemos esperar otra conmutación de vuestra pena que esté aún más de acuerdo tanto con vuestros deseo con los nuestros; quiera Dios que acaben así las cosas, si fuera para mejor fin. Mientras tanto, os ruego que no me dejéis sin el consuelo de vuestras cartas ni sin darme noticias de vuestro estado, tanto físico como sobre todo espiritual. Aunque termino aquí mi carta, nunca dejo de acompañaros con mis pensamientos y mis oraciones con los que pido a Su Majestad divina que os proporcione paz y con¬suelo verdaderos.
En San Matteo, a 2 de julio de 1633. Vuestra hija afectísima, S. M. Celeste.

Con ocasión de ser acogido Galileo por el Arzobispo de Siena Ascanio Piccolomini—antiguo alumno suyo— en el mismo palacio arzobispal, Celeste se congratula con su padre.


2ª. [13-7-1633; p.271/273] Ilustre y queridísimo señor padre. No es necesario que me canse tratando de convenceros, señor, de que la carta que me escribisteis desde Siena (en la que me decís que gozáis de buena salud) me produjo una alegría enorme al igual que a sor Arcángela, ya que sabéis muy bien cómo desentrañar lo que no acierto a expresar; pero me encantaría describiros las muestras de júbilo y alborozo que las madres y hermanas dieron cuando se enteraron de vuestro feliz regreso, ya que fueron verdaderamente extraordinarias.

Al enterarse de la noticia, la madre abadesa corrió hacia mí con los brazos abiertos junto con las demás, llorando de emoción y de alegría; en verdad, señor, estoy obligada a servirlas a todas porque he visto en esta manifestación suya cuánto afecto sienten por vos y por nosotras.
Además, saber que estáis alojado en la casa de un anfitrión tan amable y distinguido como es el monseñor arzobispo multiplica nuestra alegría y satisfacción, a pesar del efecto potencialmente perjudicial que pueda tener sobre nuestros deseos, porque podría darse perfectamente el caso de que la conversación en exceso agradable pudiera entreteneros y reteneros allí mucho más tiempo del que nos gustaría.

De todos modos, como aquí por ahora continúan los indicios del contagio, os recomiendo que permanezcáis allí y esperéis (como decís que deseáis hacer) hasta que recibáis garantías de seguridad por parte de vuestros mejores amigos que, si no con más amor que nosotras, al menos sí con más exactitud podrán informaros de todo lo que acontece.
Entretanto, yo diría que sería adecuado sacar provecho del vino de vuestra bodega, al menos del de una barrica porque, aunque ahora está bien, me da miedo que este calor pueda producir sobre él algún efecto extraño: la barrica que habíais abierto antes de marcharos, señor, de la que beben el ama de llaves y el criado, ha empezado a echarse a perder. Tendréis que decir lo que queréis que hagamos porque yo sé muy poco de esta cuestión, pero se me está ocurriendo que como hicisteis vino suficiente para todo el año y habéis estado fuera seis meses, todavía tendríais de sobra incluso aunque volvierais dentro de unos pocos días.
De todos modos, dejando esto a un lado y volviendo a lo que más me interesa, estoy deseando saber cómo es que vuestro caso concluyó con la conformidad de ambas partes, vos y vuestros adversarios, tal como me indicabais que haríais en la siguiente carta a la última que me escribisteis desde Roma; contadme los detalles cuando queráis, pero siempre después de que hayáis descansado, porque soy muy paciente y puedo esperar mucho más tiempo a que me aclaréis esta contradicción.

El signore Geri estuvo aquí una mañana en la época en que sospechábamos que estabais en peligro más grave, señor, y junto con el signor Aggiunti fue a vuestra casa e hizo lo que había que hacer antes de que vos me lo dijerais, pero en aquel momento me pareció tan conveniente y tan importante para evitar que pudieran caer peores desgracias sobre vos que no supe cómo negarle las llaves y la libertad de hacer lo que pretendía cuando vi el enorme entusiasmo que ponía en servir a vuestros intereses, señor.
El sábado pasado escribí a la señora embajadora con todo el cariño que siento por ella, y si recibo respuesta, la compartiré en seguida con vos. Termino aquí porque el sueño me invade ahora que es la tercera hora de la noche, así que espero que me disculpéis, señor, en caso de que haya di¬cho algo inadecuado. Os devuelvo con la mayor efusión los saludos que enviasteis a todos los que nombrabais en vuestra carta y especialmente los de La Piera y Geppo, que están entusiasmados con la idea de vuestro regreso. Ruego a Dios santo que os conceda su gracia bendita.
En San Matteo, a 13 de julio de 1633. Vuestra hija afectísima, Sor Mª Celeste.

Con ocasión del abatimiento de Galieo como si su nombre hubiera sido borrado de la faz de la tierra, Celeste le escribe:

3ª [3-10-1633; p.292/294] Queridísimo señor padre. Os escribí el sábado, señor, y gracias al signor [Niccoló] Gherardini, el domingo me llegó vuestra carta mediante la cual supe de la esperanza que mantenéis respecto a vuestro regreso. Me siento aliviada, ya que cada hora que pasa mientras espero ese día prometido en que os pueda ver de nuevo me parece un millar de años. Saber que continuáis disfrutando del bienestar sólo consigue redoblar mis deseos de experimentar todas las alegrías y satisfacciones que sienta cuando os vea volver a vuestra propia casa y, lo que es más importante, con buena salud.
En verdad no me gustaría que dudarais de mí ya que en ningún momento dejo de rogar por vos a Dios santo con toda mi alma porque vos ocupáis todo mi corazón, señor, y nada me importa más que vuestro bienestar físico y espiritual. Y para daros una señal tangible de esta preocupación os diré que conseguí obtener permiso para ver vuestra sentencia, cuya lectura, aunque por una parte me produjo una congoja enorme, por otra me emocionó mucho haberla conocido y haber encontrado en ella un medio de poder serviros, señor, aunque sea con muy poco. Se trata de tomar sobre mí la obligación que vos tenéis de recitar una vez a la semana los siete salmos penitenciales.
Ya he empezado a cumplir con esta obligación y lo hago con mucho gozo, en primer lugar porque creo que la oración acompañada de la petición de obediencia a la santa madre Iglesia es efectiva, y, luego, porque también espero aliviaros de esta preocupación.
Así que si pudiera sustituiros yo misma en el resto de vuestras penas, elegiría de buena gana una prisión aún más estrecha que ésta en la que habito si así os pusiera a vos en libertad. Pero ya hemos llegado hasta aquí, que los favores recibidos alimenten nuestra esperanza de recibir todavía otros que nos puedan ser concedidos, dado que nuestra fe está acompañada por buenas obras y que, como vos sabéis mejor que yo, señor, “fides sine operibus mortua est” [la fe sin obras está muerta].
[…] Os envío recuerdos de nuestras amigas de siempre y ruego a Dios que os bendiga. En San Matteo in Arcetri, a 3 de octubre de 1633. Vuestra hija afectísima, S.M. Celeste.

A finales de marzo de 1634, sor Mª Celeste enfermó gravemente y Galileo iba andando todos los días desde Villa il Gioiello (Florencia, 1631-1642) hasta San Mateo en Arcetri para tratar de ayudarla con el cariño y la oración. A pesar de todos los esfuerzos, muere a los 34 años por disentería el 2 de abril de 1634, en el convento de San Mateo, (ocho años antes que su padre —8-1-1642, también en Arcetri, en las afueras de Florencia— a la edad de 78 años). De ella dejó escrito Galileo: "una mujer de exquisita mente, singular bondad y muy apegada a mí".

Referencia bibliográfica: *DAVA SOBEL, La Hija de Galileo, Una nueva visión de la vida y obra de Galileo (versión de Ricardo García) Barcelona 1999; I documenti vaticani del processo di Galileo Galilei (nueva ed. Sergio Pagano),Vaticano 2009, pp.CCLXVIII, 332.

La Crítica del Lector:

Partiendo como referencia de la novela con el título “la hija de Galileo” de Dava Sobel, no queremos dejar de reseñar esta novedad.
La vida de Livia Galileo, hija olvidada del astrónomo Galileo Galilei, se recrea en la novela ‘La Bóveda Celeste’ (Rocaeditorial), de Carmen Resino, quien retrata a un Galileo “abatido y enfermo” y la relación con sus dos hijas, dentro de la Italia del Barroco y la Contrarreforma, con sus Papas, nobles, artistas y abadesas.
En el año del 400º aniversario de los descubrimientos de Galilei, Resino rinde homenaje a Livia, otorgándole un papel clave en la historia secreta de las acusaciones y conspiraciones contra su padre. El astrónomo defendió la teoría heliocéntrica hasta que la Inquisición le hizo abjurar de tal creencia so pena de ser quemado en la hoguera.
La novela arranca en 1737, cuando una comisión de ciudadanos ilustres tiene el encargo de trasladar los restos del maestro Galilei al mausoleo que habría de acogerlo. Sin embargo, una vez han abierto la tumba, se encuentran con otro cuerpo acompañándolo, el de una mujer, despertando la curiosidad acerca de la identidad de la dama que ha tenido el honor de permanecer junto al astrónomo en su descanso eterno.
DOS HIJAS MONJAS
Galilei tuvo dos hijas de su relación con la veneciana Marina Gamba, Virginia y Livia, que ingresarían a edad temprana en el convento de San Matteo de Arcetri. La mayor, que tomó el nombre de sor María Celeste, logró una cierta notoriedad y mantuvo con su padre una asidua correspondencia.
De la menor, que entró al convento bajo el nombre de sor Arcángela, “apenas sí se sabe”, según afirma la autora, “excepto que sufría frecuentes trastornos nerviosos y que la muerte de su hermana fue fatal para ella ya que, sin su protectora y confidente, se sintió abandonada a una vida en clausura para la que sentía que no había nacido”.
Sor María Celeste murió en abril de 1634 en el convento de San Matteo de Arcetri (Florencia) suplicando el perdón divino: “¡He dudado y por esa duda Dios podrá castigarme!”. La monja, a sabiendas de su herejía, duda de la inmovilidad de la Tierra y de que todos los astros giren a su alrededor y ha considerado que tal vez sea la Tierra la que gire alrededor del Sol, desafiando así a la ortodoxia reinante y a la jerarquía eclesiástica, firmes defensoras del geocentrismo.
LAS CLAVES DEL MISTERIO
Livia, “sola ya en el mundo, no perdona a Galileo que la encerrase en el convento y, abandonándose a su soledad, no se resigna a olvidar la vida de salones, fiestas y arte profano que quiso y no tuvo”. Resino se centra en la idea de que “muchos piensan que, como hija de Galileo que es, a pesar de la desafección y el rencor que muestra por su padre, sólo ella puede ofrecer las claves del misterio que rodea la desaparición de los documentos comprometedores”.
Mientras Livia trata de ignorar que se ha convertido en moneda de cambio y recibe las visitas de insignes personajes de la época, a poca distancia del convento y bajo arresto domiciliario, un Galileo anciano, abatido y enfermo, lucha contra la ceguera y la marginación.
LA ESCRITORA
Carmen Resino, madrileña, se licenció en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y cursó estudios teatrales en la Universidad de Ginebra. Aunque conocida por su obra dramática (es fundadora y presidenta de la Asociación Dramaturgas Españolas), también es novelista. De su obra teatral, se puede destacar ‘Ulises no vuelve’, ‘Pop y patatas fritas’, ‘El Oculto enemigo del profesor Schneider’ y de la narrativa, ‘Amazoní’ y ‘La muerte de B.G’.



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